Antiguo consistorio vallisoletano (1562-1879)
Sucedió en 1726, Valladolid era una villa de apenas 20 mil habitantes que pese a haber perdido cien años atrás la capitalidad del Imperio conservaba aún la importancia de sus fiestas taurinas; y la plaza mayor como principal escenario de las mismas. Por aquel entonces, su tauromaquia, como la del resto del país, se encontraba inmersa en pleno proceso de cambio: el toreo perdía su carácter caballeresco y el pueblo comenzaba a ocupar en los improvisados cosos un lugar hasta entonces solo reservado a la nobleza, desterrada de los ruedos tres años atrás por prohibición expresa de Felipe V.
Son los primeros años de una
nueva tauromaquia en la que el toro no muere a caballo sino a pie, naciendo así
la figura del matador, y se le pica con vara larga desde los jacos, actividad
esta última desempeñada por los varilargueros, de tal importancia que superan
en fama a aquellos capaces de a pie enfrentarse al toro. De ahí que fueran sus
nombres los primeros en figurar en los carteles y, en la actualidad, sus
herederos, los picadores, sean los únicos, junto al matador, en poder vestir el
oro en sus chaquetillas.
Bajo estas premisas, el 19 de
agosto de 1726 Valladolid anunció una de sus tradicionales fiestas con toros
que a la postre se convertiría en una de las más recordadas tras acabar uno de
los morlacos lidiados en ella, dentro del consistorio vallisoletano. Ventura
Pérez, en su ‘Diario de Valladolid’ (1885) recogía así el suceso:
"Año de 1726, día 19 del mes de Agosto, hubo en esta ciudad una corrida de toros con varilarguero; a este le siguió un toro dentro del consistorio, y el caballo subió por la escalera y el toro tras él, y el ginete volvió la vara y tendió al toro en la escalera, y saltó caballo y ginete por cima de él y salió a la plaza sin daño alguno el varilarguero; se llamaba Marquez, y lo atribuyó a milagro".
Imagen consistorio: www.valladolidweb.es
Bibliografía: Diario de Valladolid, Ventura Pérez (1885)
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